¿Verdaderamente
resucitó Jesucristo?
Entre uno de los rasgos
característicos de la figura de Jesucristo, que contrasta tremendamente con su
condición divina, fue la humillación extrema que sufrió en la hora de su
muerte. Una paradoja absoluta. El que ha manifestado ser el propio Hijo de
Dios, aquel que reunía a las multitudes y arrastraba tras sí a los discípulos,
muere solo, abandonado e incluso negado y traicionado por los suyos.
También este rasgo es
único: es el único Dios humillado de la historia. Además, va a la muerte como
al núcleo principal de su misión. Y el Evangelio ve en la cruz el lugar en que
resplandece la gloria del amor divino.
Los evangelios narran,
por otra parte, las dificultades que experimentó, incluso con sus propios
discípulos, para lograr que sus contemporáneos aceptaran la idea de un
mesianismo espiritual cuya realización pasaría, no por un triunfo político,
sino por un abismo de sufrimiento, como preludio al surgir de un mundo nuevo,
el de la Resurrección.
Y la descripción de la
figura de Cristo en los evangelios concluye con otro rasgo singular: el
testimonio de su resurrección de entre los muertos. No hay ningún
otro hombre del que se haya afirmado seriamente algo semejante.
La muerte de Jesucristo
y la causa de su condena, son dos hechos materialmente inscritos en la
historia, y que, como después veremos, nadie ya se atreve a negar: Jesucristo
fue históricamente crucificado bajo Poncio Pilato a causa de su reivindicación
divina.
El hecho de su
resurrección, sin embargo, sí es negado por algunas personas, que
afirman que no se trata de algo empíricamente comprobable, y que por tanto sus
apariciones después de muerto tendrían que deberse a una ilusión óptica, una
sugestión o algún tipo de alucinación, producida sin duda por su deseo de que
resucitara.
Considero muy creíble
que Dios, si realmente es Dios, haga cosas extraordinarias si lo considera
necesario. Lo que me sorprender es la capacidad de algunos creyentes para
aceptar explicaciones mucho más difíciles de creer que un milagro: cualquier
cosa, todo, antes que admitir que Dios pueda hacer algo que se salga de lo
ordinario.
Algunos explican la
Resurrección hablando de ilusiones ópticas, y habría que recordarles quizá que
la reacción de los discípulos ante las primeras noticias de la resurrección de
Cristo fue inicialmente escéptica (estaban sombríos y abatidos, y aquel primer
anuncio les pareció un desatino), y difícilmente se producen sugestiones,
alucinaciones o ilusiones ópticas (y menos aún si tienen que ser colectivas)
entre personas en actitud escéptica. Además, tampoco se explicaría por qué esas
sugestiones sólo duraron cuarenta días, hasta la Ascensión, y después ya nadie
volvió a tenerlas.
Los guardias que
custodiaban el sepulcro dijeron -y después lo han repetido muchos otros- que
los discípulos robaron el cuerpo mientras ellos dormían: curioso testimonio el
de unos testigos dormidos, y poco concluyente para intentar rebatir algo que
-durante su supuesto sueño- les fue imposible presenciar.
Sin embargo, el
testimonio de la Resurrección dado por los apóstoles y por los primeros
discípulos satisface plenamente las exigencias del método científico. Es de
destacar, sobre todo, el asombroso comportamiento de los discípulos al
comprobar la realidad de la noticia por las múltiples apariciones de
Jesucristo.
Si esas apariciones no
fueran reales, no se explicaría que esos hombres que habían sido cobardes y
habían huido asustados ante el prendimiento de su maestro, a los pocos días
estén proclamando su Resurrección, sin miedo a ser perseguidos, encarcelados y
finalmente ejecutados, afirmando repetidamente que no pueden dejar de decir lo
que han visto y oído: el milagro portentoso de la Resurrección, del que habían
sido testigos por aquellas apariciones, y que había transformado sus vidas.
La historicidad es de
tal índole que la única explicación plausible del origen y del éxito de esa
afirmación es que se trate de un acontecimiento real e histórico.
Por otra parte, el
testimonio de los evangelios sobre la resurrección de Jesucristo es masivo y
universal: todo el conjunto del Nuevo Testamento sería impensable y
contradictorio si el portador y el objeto de su mensaje hubiese terminado
simplemente con el fracaso de su muerte infamante en una cruz.
Tomado de : www.aciprensa.com
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